Ciudad de México, a 16 de octubre de 2024
INTERVENCIÓN DE LA DIPUTADA MARGARITA ZAVALA GÓMEZ DEL CAMPO, DURANTE LA SESIÓN SOLEMNE EN CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO DEL PRIMER CONGRESO CONSTITUCIONAL.
DIPUTADA MARGARITA ZAVALA GÓMEZ DEL CAMPO (MZGC): Muchas gracias. Con su venia, presidente.
Señoras y señores diputados y diputadas, representantes a un Congreso que desde hace 20 décadas has sido o ha debido ser el de la unión, hoy me presento ante ustedes para abordar un tema fundamental en la historia de nuestra nación, la configuración territorial y política de México en el crucial año 1824.
En aquel periodo nos enfrentábamos a la ardua tarea de definir no solo los límites territoriales de nuestro país, sino también los principios que guiarían la relación entre Estados Unidos Mexicanos y sus ciudadanos.
La Independencia de México, lograda a través del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, nos colocaba en una posición única. El imperio que surgía de esos eventos se fundamentaba en una visión plural, compuesta por diversas provincias que con el tiempo evolucionaron hacia la federación que hoy conocemos, pero este proceso no fue lineal, hubo que litigar o lidiar con la Constitución de Cádiz de 1812, un documento que no era exclusivamente mexicano, sino panhispánico y que poseía una marcada tendencia centralista.
Dicho texto intentaba de manera casi imposible conciliar los intereses españoles de ambos hemisferios. El espíritu fue en contra de un régimen unitario. Como dice Felipe Tena Ramírez, se escogió la federación que, aunque desconocida, al menos ofrecía la liberación de la ciudad capital, reducto secular del absolutismo. Confirmaba entonces la independencia del país de un espíritu de reconocimiento de las propias identidades. No, no fue una copia de otros modelos, como el estadounidense o el suizo. Nuestro federalismo se estructuró sobre las bases hispánicas y románicas, adaptando conceptos, sí, europeos, pero a nuestra realidad territorial y política.
Hoy, casi dos siglos después, seguimos viendo los frutos de esa estructura. México, a lo largo de estos 200 años, ha mantenido su integridad política y la unión entre sus habitantes gracias a las decisiones que se tomaron en aquellos primeros años de vida. A 2 siglos de distancia quiero detenerme en dos personajes especiales. Uno que es José Manuel Ramos Arizpe, de Saltillo, Coahuila. Y, otro, Fray Servando Teresa de Mier, de Monterrey, Nuevo León. Ramos Arizpe nos enseñó que el dominio de territorio corresponde a la nación, pero la jurisdicción, el poder decidir sobre ese territorio, debería pertenecer a los estados. Esa fue una concesión vital para evitar dentro de esta pluralidad que las provincias más ariscas se desunieran. Eso garantizaba la unidad dentro de la pluralidad.
1824. Se hablaba, por ejemplo, del presidente de la República como el presidente de la Unión, de la federación, de los Estados Unidos de México. Los estados no eran simples partes de la federación, no estaban subordinados, sino con plena jurisdicción sobre asuntos internos. Una característica que todavía hoy debería seguir siendo uno de los pilares de nuestra organización política. Hoy, que con saña se debilita la justicia federal en el ámbito constitucional, quizá ha llegado el momento de volver los ojos a las justicias locales, más sólidas y autónomas, como lo enseñó el padre Arizpe.
Ese Fray Servando Teresa de Mier, con su formación religiosa y su experiencia como defensor de las ideas independentistas, fue uno de los principales críticos de las influencias que venían de Cádiz. En sus discursos, particularmente el de Las Profecías, Fray Servando dejó claro que el futuro de México no podía construirse sobre bases ilusorias y antirrepublicanas. Él desmantelaba que la idea de que América pudiera ser tratada como colonia. No es una colonia, como sí había ocurrido en las posesiones de Francia o de Inglaterra en ultramar.
El Congreso Constituyente de 1824, ahí el padre Mier, como lo conocen en Nuevo León, fue un firme defensor de la autonomía de los estados y de un modelo federal que respetara las particularidades de cada región y que asegurara también la unidad. Una federación, sí, que, aunque unida, no debería uniformar la diversidad territorial y cultural del país.
Mencionó en su discurso que México debería constituirse como una república y, al rendirse, al rendirse homenaje a él, a Fray Servando Teresa de Mier, a Ramos Arizpe y al afán Constituyente de 1824, no solo recordamos a los grandes arquitectos de nuestra nación, sino también a los hombres cuya valentía y visión nos dejaron una lección imborrable: la unión de México no se logra a través de la imposición, sino a través del respeto mutuo, a través de la construcción conjunta de un proyecto de nación inclusivo y plural, sin exclusiones, sin ridiculizaciones, sin descalificar. O, incluso, ese México, ese proyecto de nación que no puede impedir el diálogo, el diálogo impostergable y republicano al que nos invitan a reflexionar los Constituyentes de 1824. Muchas gracias.
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